Tarde de perritos
Aunque ya han pasado unos días desde que fuimos allí, voy a escribir acerca de nuestra visita a a la Sierra de Aralar. Una visita, más bien, al haya en la que se resguardan las cenizas de Crispis, de Simón y de Lucas. Entre lamias y dragones, rodeados de una naturaleza exuberante en la que las plantas y los animales conviven en una bonita atmósfera, en un ambiente seductor.
Partimos después de comer. Viaje sin incidentes hasta llegar a Baraibar, pueblo en el que varios centenares de ovejas se pusieron delante, y decidí parar junto a una fachada, con el propósito de dejarlas en paz hasta que se alejaran. Así lo hicimos.
Comenzó a llover un poquito. Tranquilo: Estaba previsto. Un poquito más: Dudas. Tras pensarlo unos segundos, continuamos subiendo y, afortunadamente, la lluvia desapareció, siendo reemplazada por la niebla. Una niebla que nos cubría y se alejaba una y otra vez.
En el parking del llano nos bajamos del coche y, tras coger el bastón y la cámara, comenzamos a caminar en busca del pequeño cementerio. Más bien yo iba caminando y Krispys galopando como solo él sabe hacerlo. Por fin llegamos a ese sitio tan especial. un pequeño sentimiento de añoranza y mucha alegría. De verdad: El árbol que acoge las cenizas de mis otros peluditos, libres para recorrer estos parajes, persiguiendo lamias y jugando entre ellos, para después refugiarse de nuevo en su casita.
Después de un ratito comenzamos el camino de vuelta, junto con
un palo que me trajo para jugar. Y así llegamos al llano otra vez, tras estar unos minutos con dos ovejitas que se habían quedado solas tras lastimarse una pata de atrás cada una. Al menos, no van a pasar ni hambre, ni sed, ni calor. Pronto las recogerían.
Más adelante nos encontramos una decena de caballos.Y uno que yo sé se olvidó del palo y se dedicó a correr entre ellos, mientras yo me lo imaginaba volando. Pero no. Fueron muy nobles y apenas le prestaron atención. Continuamos subiendo hasta el santuario, mientras la niebla iba y venía hasta que llegó un momento que se queda acompañándonos. Paseamos un poquito por el cerro y como la temperatura era de 14 grados y yo, la verdad, no llevaba nada de abrigo, decidí volver.
Sin embargo no debía dejar de lado la oportunidad de acercarme al Santuario, así que circulando despacito, llegamos al mismo, recorriendo el Santuario de San Miguel de Aralar por su lado norte, ya que seguíamos a un rebaño de ovejas latxas que se refugian en la niebla. Nos fuimos pronto puesto que la temperatura era baja y no tenía ropa de abrigo. Sí, me pilló por sorpresa, como en tantas ocasiones.
Y circulando despacito, a casa.
Después de un ratito comenzamos el camino de vuelta, junto con
un palo que me trajo para jugar. Y así llegamos al llano otra vez, tras estar unos minutos con dos ovejitas que se habían quedado solas tras lastimarse una pata de atrás cada una. Al menos, no van a pasar ni hambre, ni sed, ni calor. Pronto las recogerían.
Más adelante nos encontramos una decena de caballos.Y uno que yo sé se olvidó del palo y se dedicó a correr entre ellos, mientras yo me lo imaginaba volando. Pero no. Fueron muy nobles y apenas le prestaron atención. Continuamos subiendo hasta el santuario, mientras la niebla iba y venía hasta que llegó un momento que se queda acompañándonos. Paseamos un poquito por el cerro y como la temperatura era de 14 grados y yo, la verdad, no llevaba nada de abrigo, decidí volver.
Sin embargo no debía dejar de lado la oportunidad de acercarme al Santuario, así que circulando despacito, llegamos al mismo, recorriendo el Santuario de San Miguel de Aralar por su lado norte, ya que seguíamos a un rebaño de ovejas latxas que se refugian en la niebla. Nos fuimos pronto puesto que la temperatura era baja y no tenía ropa de abrigo. Sí, me pilló por sorpresa, como en tantas ocasiones.
Y circulando despacito, a casa.