martes, 8 de diciembre de 2020

6 de Julio de 2017: Misterio en Andelo



Paseando por Andelo 


 ...  Y me decidí a realizar el deseo que llevaba demasiado tiempo postergando. Así pues, nos acercamos tranquilamente hasta Mendigorría; la dejamos de lado y aparqué junto al depósito regulador de Andelo.

Me colgué la cámara y una botella de agua. También una pelota que escondí con disimulo pero no sirvió de mucho. Ya estaba él a mi lado olfateando. Y ladrando. Da igual, ni caso. Iniciamos un agradable paseo por la pista hasta llegar, tras un corto recorrido,  a la zona de la doble presa,   que en su día recogía  el agua para la civitas. 

La alarma surgió enseguida, puesto que Krispys, nada más descubrirla, corrió hacia la atalaya y se subió rápidamente a la plataforma. Y yo detrás temblando. La verdad es que las vistas son dignas de aprecio y, si acudís, os lo recomiendo. Acerca de la bajada por la escalera, prefiero omitir los detalles.

Después de examinar varias veces los detalles de la presa, y comerme un par de manzanas a la sombra de un árbol, emprendimos el regreso hasta el depósito regulador de agua. ¡Las veces que habré estado por ahí abajo! En esta ocasión, mi curiosidad iba dirigida a examinar, con mucho detenimiento, las zonas del suelo donde se produjo la ampliación del mismo.y, también, los contrafuertes y la escalera de acceso correspondientes a esa intervención. ¡Ay, la escalera!


(Esta escalera, no)


Así que, pelota va pelota viene, alguna foto también, rodeé el depósito hasta llegar a la válvula etc etc y, un poquito más adelante, a la pétrea escalera por la que se desciende al mismo. Ya me disponía a bajar, momento en que comenzaron a asaltarme dudas acerca de si era pertinente hacerlo. La dificultad, en aumento, de conservar el equilibrio al desplazarme, había llegado a ser preocupante. Pero me sentía impulsado a descender,  porque no es una escalinata ni difícil ni de muchos peldaños. Unos dos metros de altura. Y además, suficientemente conocida de otras ocasiones.



Tras considerar la situación un buen rato,  decidí que lo mejor que podía hacer era marcharme sin cumplir mi deseo. Habría más ocasiones para ello. Saqué alguna foto de la escalera y me dispuse a marchar. Para ello, estando situado en posición de bajar, únicamente podía girar a la derecha para desplazarme. No caí en la cuenta de  que, precisamente,  son los giros a la derecha en los que con más dificultad mantengo el equilibrio, cuando no directamente lo pierdo. Nada más volverme unos 90 grados en esa dirección, perdí el equilibrio y comencé a caer hacia los peldaños. Lo viví muy lentamente, inclinándome poquito a poco, y teniendo tiempo de ver el lugar en donde, sin ninguna duda, iba a estrellarme, contra la misma escalera. Incluso percibí que el golpe iba a ser bastante grave. Sin alarma. Sin aspavientos. Resignado.

Una vez rebasados los 45 grados de inclinación en mi caída, una mano se apoyó suavemente en mi nuca, sujetandome con mucho cuidado, deteniendo mi caída y ayudándome volver a mi posición en pie. Recuerdo que todo transcurrió a un ritmo muy lento, y también que, a pesar de ser sujetado a la altura de la nuca, durante la incorporación la rigidez el cuerpo no la perdí, cuando lo normal habría sido doblarme por la cintura o por el mismo cuello. De todo esto me di cuenta algo después, repasando los acontecimientos. Da la impresión de que los lares estaban muy pendientes de mí esa tarde. 

Soy plenamente consciente de que no hay una explicación lógica. Lógica con el pensamiento de nuestros días. Quizás en otra época... Lo que sí está claro, y estoy seguro de ello, pienses lo que pienses, es que fue real. Tampoco me angustió nada esta experiencia, la viví con tranquilidad, sin sorpresa, ya que en ningún modo soy ajeno a las mismas,  hasta el punto en que las percibo  normales, al menos en lo que a mí respecta. Aunque ya no se repiten tanto como antes,   tal vez por la vida tan anodina  que llevo.

Lo que sí reafirmo, y debo dejar claro, sin que surja duda alguna, es que sucedió en realidad; no fue una ilusión ni nada que se le parezca. Desde una premonición antes de bajar los peldaños, hasta el resultado final, todo fue real. Lo que también me llena de tristeza, puesto que me gustaría saber cuál es el objeto de que alguien no quiera que desaparezca todavía; no es la primera vez y tampoco puedo asegurar que la intervención procede del mismo origen. Posiblemente no,  pero esto ya es subjetivo. Mi deseo de conocer el por qué, sí me perturba. Da igual. Algún día me lo comunicarán, sin duda. 

Así pues, después de esta experiencia, volvimos al coche y, como era de esperar, pasamos al otro lado del camino para continuar con placidez nuestra visita de Andelo. A fin de cuentas, no había nada de qué preocuparse. Estaba a salvo, bien protegido. En otra ocasión bajaré al depósito.

Tendré que comentárselo a Iker Jiménez. 
Tal vez me ponga sección propia.

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