Regresábamos desde Santa Criz después de una de esas tardes tan agradables cuando, de repente, al poco de pasar el Indusi, comenzó a ladrar de una forma muy insistente. No tuve más remedio que detenerme junto a la edificación que hay un poco más adelante, a la derecha.
Bajé y abrí su puerta con la intención de examinar qué le pasaba. Temía que alguna espiga o peor todavía, una espina de alguna mata, se le hubiera introducido entre los deditos de la pezuña o en la oreja. Pues no: abrir la puerta y salir Krispys corriendo, fue todo uno.
No tuve más remedio que trotar hacia el con la intención de cogerle del pescuezo. Sin embargo, mantenía la distancia una y otra vez, una y otra vez... por lo que me decidí a caminar detrás suya. De vez en cuando, Krispys miraba hacia atrás para constatar que yo le seguía. Recorridos unos cientos de metros, había conseguido intrigarme. Por supuesto, sé que el perrito es inteligentísimo, bastante capullo también, mas alguna razón tendría para comportarse así.
Poco a poco fui acercándome, siendo muy consciente de que se dejaba alcanzar. Continuando por otra pista, dejamos a la izquierda un castro.
Por fin, se paró en una pequeña pendiente y subió unos metros por ella. Al lado de un pequeño cúmulo de piedras, se giró y se sentó mirándome ansiosamente. No podéis imaginar las cosas que me venían a la cabeza pensando qué hacía yo siguiendo al perro. Siguiéndole en una determinada dirección marcada por él. Parado en el lugar al que me había llevado.
Me ladraba, se volvía en dirección a las piedras; las empujaba un poco con el hocico; pero yo permanecía quieto, sin haber que hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario