domingo, 21 de marzo de 2021

Pajareando por Egozkue

 Los  trinos


Algo aparentemente tan sencillo, dulce, que consigue aislarme un buen rato; un canto de un pájaro, o de varios; una melodía que desapareció de mi entorno en aquellos años finales de los 90, años en que mi audición se ausentó, salvo un 2% en el oído derecho. Inntervenido rápidamente, un implante coclear me convirtió en ciborg, y al año siguiente, ausente ya ese 2%, le acompañó un segundo implante.



Y fueron estos chismes los que me permitieron oír de nuevo el trinar de los pájaros y, más tarde, con paciencia, tiempo y atención, escucharlos, ya distinguiendo diferentes cantos (la alondra, el primero), y disfrutando. También porque, apenas a 10 metros de la terraza, los pájaros se posaban en los árboles, tranquilos y felices.



Sin embargo, ya hace bastantes meses, y después de 11años, han sido sustituidos por el


estruendo de la maquinaria pesada utilizada para construir una gran urbanización y, por supuesto, lo primero fue arrancar todo el arbolado, que tenía ya una vida de una treintena de años. Y no hace mucho, harto de su ausencia, me escapé con Krispys al alto de Egozkue, con el propósito de constatar una mejora en el equilibrio y, también, importantísimo, escuchar de nuevo los alegres cantos. 

Invierno. Tardes cortitas. Da igual. La necesidad lo exigía. Y llegados al monte, lo primero que constaté es la fenomenal forma física del perrito, que desapareció más de un centenar de metros en la lejanía. Y mientras yo enfilaba un sendero hacia la cima, ese añorado sonido me rodeó con prontitud: ¡De nuevo me acompañaban con su cantar, al mismo tiempo que mis jadeos ponian su nota.

Transcurrió una hora y media, más o menos. Durante un par de cientos de metros, varios puestos de caza, aledaños, enturbiaron la subida, ávidos de sorprender a las palomas en su itinerario de pasa a través de Quinto Real. Por supuesto, nos divertimos. Faltaría más. No faltaban palos en el bosque y, con precario equilibrio, conseguía lanzárselos cuesta abajo, con la fatua esperanza de que se cansara. Y así regresamos hasta el coche, un tiempo después de que las aves cesaran en su trinar. 



Tarde de invierno corta, intensa, que sirvió como preludio a las que, sin dudarlo,  nos deleitarán esta primavera cuando, escapando de la ciudad, nos refugiemos por campos y montes, disfrutando de una preciosa naturaleza, y de un compañero de correrías que no dejará de sorprenderme. 




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